EL PODER DEL AHORA


COMENTARIOS AL LIBRO "EL PODER DEL AHORA"
Por Carlos Antonio Reyes López M:. M:. 


Eckhart Tolle nació como Ulrich Tolle (Lünen, Alemania 1948) Escritor y maestro espiritual contemporáneo, nacionalizado canadiense. Famoso por títulos como “El poder del ahora” y “Una nueva tierra”. Tolle afirma haber experimentado un despertar espiritual a los 29 años, después de padecer largos periodos de depresión y estando a punto del suicidio. La obra de Eckhart Tolle, “El poder del ahora”  fue publicado por primera vez en 1997, ha sido traducido a quince idiomas. El texto nos ofrece, en un lenguaje asequible y en un estilo coloquial, una visión, desde su perspectiva y producto de su experiencia personal y la de algunos de sus seguidores, los conceptos e ideas básicas de su obra, así como los ejercicios y prácticas para incorporar tales nociones en vuestra vida cotidiana. Desde mi perspectiva, es una aproximación a los siete principios del Kybalión y cómo estos operan en su despertar espiritual.

Tolle parte de la necesidad de delimitar esa esencia eterna y omnipresente a la que algunos, para describirla, la llaman Dios y él la llama el Ser, teniendo al Ser, como un concepto abierto, que no reduce el infinito invisible a una entidad finita, es la esencia misma; a la que se puede acceder mediante el sentimiento, en nuestro ser, de su propia presencia. En este punto, desde mi perspectiva, hace una inferencia directa al TODO del que da cuenta el principio de mentalismo del Kibalion, es decir, esa entidad omnisciente omnipresente, omnipotente, a la que no es posible aferrar con la mente o tratar de entender y sólo se le puede conocer dejando la mente en silencio, cuando la atención está plena e intensamente en el ahora, condición que nos conduce indefectiblemente a la iluminación es decir, a recuperar la conciencia del Ser y residir en ese estado de «sensación-realización».

La iluminación es el estado natural en el que sentimos la unidad con el Ser. La incapacidad de sentir esta conexión, crea la ilusión de estar separados de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. La iluminación es elevarse por encima del pensamiento, en ese estado se usa la mente de un modo más enfocado y eficaz, se emplea principalmente con fines prácticos, pero se es libre del diálogo interno involuntario, y se vive en la quietud interior. La no-mente es conciencia sin pensamiento, sólo la no-mente permite pensar creativamente, porque da al pensamiento un poder real.

Dice Tolle y los tres iniciados así lo expresan al desarrollar el axioma de mentalismo, que la mente es un instrumento muy poderoso si se usa correctamente, usado de forma inapropiada, se vuelve muy destructiva. Para ser más precisos, no se trata de que se use la mente bien o mal, más bien no se usa en absoluto, sino que ella nos usa a nosotros. Cuando aquietamos los pensamientos, se experimenta un corte en la corriente mental, una brecha de no-mente, que nos deja en condición de elevar la frecuencia vibratoria del campo energético que da vida al cuerpo físico.

A medida que profundizamos en el terreno de la no-mente, como se le denomina en Oriente, se alcanza el estado de conciencia pura, momento en que sentimos nuestra presencia con tal intensidad que, todo pensamiento, toda emoción, el cuerpo físico y todo el mundo externo se vuelven relativamente insignificantes. Se puede crear este estado de conciencia por el simple hecho de dirigir la atención al ahora, de este modo se retira la conciencia de la actividad mental y se crea una brecha sin mente en la que se está muy alerta y consciente, pero no se piensa, esta es la esencia de la meditación.

Conforme crecemos, vamos formando una imagen mental de nosotros mismos, basada en los condicionamientos personal y cultural. A ese “Yo” fantasma lo llamamos ego. El término ego que aquí se usa, se refiere al falso yo, creado por una identificación inconsciente con la mente. El ego es la actividad mental y sólo puede funcionar mediante el pensamiento constante. Para el ego, el momento presente apenas existe, sólo considera importantes el pasado y el futuro.  La mente no es únicamente el pensamiento incluye también las emociones y las pautas de reacción inconscientes, tanto mentales como emocionales. La emoción surge en el punto donde cuerpo y mente se encuentran, es la reacción del cuerpo a la mente o, dicho de otra forma, el reflejo de la mente en el cuerpo.

Cuanto más nos identificamos con el pensamiento, gustos, juicios e interpretaciones, más fuerte es la carga de energía emocional. Es posible que no se pueda hacer consciente la actividad de la mente inconsciente en forma de pensamientos, pero siempre se reflejará  en el cuerpo como una emoción, de la que se puede tomar conciencia. El estado de miedo psicológico está ausente de cualquier peligro real e inmediato. Puede adoptar diversas formas: desazón, preocupación, ansiedad, nervios, tensión, temor, fobia, etc. El miedo psicológico se refiere a algo que podría ocurrir, no a algo que ya está ocurriendo. Estamos en el aquí y el ahora, mientras que nuestras mentes están en el futuro, esto crea una brecha de ansiedad y si uno se ha identificado con su mente y ha perdido el poder del ahora, esa brecha de ansiedad será su constante compañera.

El miedo parece tener muchas causas pero todos los miedos pueden resumirse en el miedo del ego a la muerte, a la aniquilación. Para el ego, la muerte siempre está presente. En este estado de identificación con la mente, el miedo a la muerte afecta todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, algo tan trivial y como la necesidad compulsiva de tener razón en una discusión y demostrar que el otro está equivocado, se debe al miedo a la muerte. Si nos identificamos con una posición mental y resulta que estamos equivocados, el sentido de identidad, basado en la mente, se sentirá bajo una seria amenaza de aniquilación. Por tanto, nosotros, como ego, no podemos permitirte estar equivocados. Equivocarse es morir.

Cuando dejamos de identificarnos con la mente, tener razón o no, es indiferente para nuestro sentido de identidad; de modo que esa necesidad inconsciente de tener razón, que es una forma de violencia, deja de estar presente. Podemos expresar cómo nos sentimos y lo que pensamos con claridad y firmeza, pero tal expresión no estará teñida de agresividad ni actitud defensiva.  

Cuando ciertas situaciones provocan una reacción muy cargada de emoción, como cuando la autoimagen se ve amenazada o nos topamos con un desafío existencial que da miedo, cuando las cosas «van mal» o surge un complejo emocional del pasado. En todos estos casos, tendemos a volvernos «inconscientes». La reacción o la emoción se apodera de uno: nos «convertimos» en ella. Somos los actores que la representan. Nos justificamos, acusamos al otro, atacamos, nos defendemos..., pero no somos nosotros: es una pauta reactiva, es la mente en su modalidad habitual de supervivencia.  

El foco de atención de un iluminado está siempre en el ahora, aunque sigue manteniendo una conciencia periférica del tiempo. En otras palabras: continúa usando el tiempo del reloj, pero es libre del tiempo psicológico. Aprender a  usar el tiempo en los aspectos prácticos de la vida y regresar inmediatamente a la conciencia del presente, cuando esos asuntos prácticos estén resueltos, así, no habrá una acumulación de «tiempo psicológico», que es la identificación con el pasado y la continua proyección compulsiva hacia el futuro. 

En el estado de conciencia normal, es decir, no iluminado, el poder y el potencial creativo que residen en el ahora queda totalmente oscurecido por el tiempo psicológico. Las viejas pautas de pensamiento, emoción, conducta, reacción y deseo se expresan en acciones absolutamente repetitivas; son un guion mental que da una especie de identidad, pero distorsiona o encubre la realidad del ahora y la mente crea una obsesión en la que el futuro sirve para escapar de un presente insatisfactorio.

Cuando se está lleno de problemas no hay espacio para que pueda entrar nada nuevo, no hay lugar para una solución. Todos los problemas son ilusiones mentales. Hay una situación que tiene que ser afrontada o aceptada, eso sí. Pero ¿por qué convertirla en un problema? Inconscientemente, a la mente le encantan los problemas porque dan cierta identidad. Es algo normal; y es una locura. «Tener un problema» significa dar vueltas mentalmente a una situación sin tener verdadera intención o posibilidad de hacer algo respecto al ahora.  

Es fundamental llevar más conciencia a la vida en las situaciones ordinarias, cuando todo va relativamente bien. Así irá creciendo el poder de la presencia, que genera en uno y a su derredor un campo de alta frecuencia vibratoria. Ninguna inconsciencia ni negatividad, ninguna discordia o violencia podrán entrar en ese campo y sobrevivir.

Hay muchas maneras de resistirse inconscientemente al momento presente. Con la práctica aumentará el poder de autoobservación, la capacidad de hacer un seguimiento del estado interno. Preguntarnos qué «problema» tenemos ahora mismo, ¿Qué está mal en este momento? Siempre se puede lidiar con el ahora, pero nunca se podrá lidiar con el futuro. La respuesta, la fuerza, la acción justa o el recurso estarán allí cuando se los necesite, no antes ni después.

Es común que la gente se pase la vida esperando para empezar a vivir. La espera es un estado mental, significa básicamente que queremos el futuro y no el presente, mucha gente espera que le llegue la prosperidad, pero ésta no puede llegar en el futuro, más adelante, con el tiempo, esa prosperidad se manifestará de diversas formas.

Se necesita presencia para tomar conciencia de la belleza, de la majestad.  Para tomar conciencia de este tipo de estímulos la mente tiene que estar serena, abandonar momentáneamente el equipaje personal de problemas, del pasado y del futuro, y todo el conocimiento, más allá de las formas externas, hay otra cosa: algo innombrable, inefable, algo profundo, interno, la esencia sagrada.

Cuando hablamos de observar la mente estamos llevando a la esfera personal un evento de significado cósmico: a través de uno, la conciencia está despertando de su sueño de identificación con la forma y se está retirando de la forma.  El cuerpo que podemos ver y tocar no puede llevarnos al Ser. Pero este cuerpo visible y tangible sólo es un caparazón externo o, más bien, una percepción limitada y distorsionada de una realidad más profunda que puede sentirse a cada momento como el cuerpo interno invisible, la presencia interna que anima. La clave está en mantenerse permanentemente en un estado de conexión con el cuerpo interno, sentirlo en todo momento. Cuanta más conciencia se dirija hacia el cuerpo interno, más elevada será su frecuencia vibratoria, en ese alto nivel energético la negatividad ya no puede afectar, y se tenderá a atraer nuevas circunstancias que reflejen esa frecuencia elevada.

Si necesitamos usar la mente para un propósito específico, usémosla en combinación con el cuerpo interno. Sólo si uno es capaz de mantenerse consciente sin pensamientos podremos usar la mente creativamente, y el camino más fácil para entrar en ese estado es a través del cuerpo, centrándose en la respiración. La respiración consciente, que es una intensa meditación por derecho propio, nos pondrá gradualmente en contacto con el cuerpo.

El dolor humano es innecesario, lo creamos nosotros mismos mientras la mente no observada dirija nuestras vidas. El dolor que produce en el ahora siempre surge de una falta de aceptación, de una resistencia inconsciente a lo que es.  Como pensamiento, la resistencia es un juicio de algún tipo. Como emoción, es algún tipo de negatividad. La intensidad del dolor depende del grado de resistencia al momento presente y ésta, a su vez, depende de lo fuerte que sea su identificación con la mente.

El dolor es inevitable mientras se siga identificando con nuestra mente,  básicamente el dolor emocional, que también es la principal causa del dolor físico y de las enfermedades físicas. El resentimiento, el odio, la autocompasión, la culpabilidad, la ira, la depresión, los celos, e incluso la menor irritación, todos ellos son formas de dolor y cada placer o cumbre emocional contiene dentro de sí, la semilla del dolor: su opuesto inseparable.

Cualquiera que haya tomado drogas para sentirse «mejor» sabe que después de la subida viene un bajón, que el placer se convierte en algún tipo de dolor. Vistas desde una perspectiva superior, las polaridades positiva y negativa son las dos caras de la misma moneda, y ambas forman parte del dolor subyacente, inseparable del estado de conciencia del ego en el que nos identificamos con la mente.

Algunos cuerpos-dolor son molestos pero relativamente inocuos, otros son monstruos depravados y destructivos, auténticos demonios. Algunos son violentos físicamente, y muchos son emocionalmente agresivos. En ese caso, los pensamientos y sentimientos relativos a su propia vida se vuelven profundamente negativos y autodestructivos. Las enfermedades y los accidentes suelen producirse así. Algunos cuerpos-dolor llevan a sus anfitriones al suicidio.

A veces toma la forma de irritación, impaciencia, un estado de ánimo sombrío, deseo de hacer daño, ira, furia, depresión, la necesidad de dramatizar las relaciones, etc.  El cuerpo-dolor, como cualquier otra entidad existente, quiere sobrevivir, y sólo puede hacerlo si consigue que se identifique inconscientemente con él.  La atención consciente sostenida corta el vínculo entre el cuerpo-dolor y el proceso de pensamiento, y pone en marcha el proceso de transmutación.

El cuerpo-dolor es un campo energético y existe por cosas que ocurrieron en el pasado. Tener identidad de víctima es creer que el pasado tiene más fuerza que el presente, que otras personas, y lo que le hicieron, son responsables de quien es ahora, de su dolor emocional y de su incapacidad de ser usted mismo.

Como cualquiera otra adicción, se pasan buenos momentos cuando la droga está disponible, pero, invariablemente, llega un momento en el que ya no hace efecto. Todas las adicciones surgen de una negativa inconsciente a encarar y traspasar el propio dolor y todas empiezan y terminan con dolor. Cualquiera que sea la sustancia que origine la adicción —alcohol, comida, drogas (legales o ilegales) o una persona—, se usa algo o a alguien para encubrir el dolor. Ésta es la razón por la que la mayoría de la gente siempre está intentando escapar del momento presente y buscar la salvación en el futuro. Si concentrasen su atención en el ahora, lo primero que encontrarían sería su propio dolor, y eso es lo que más temen.

Para tener una relación con uno mismo nos divides en dos: «yo» y «mí mismo», sujeto y objeto. Esta dualidad mental es la causa fundamental de toda la complejidad innecesaria, de todos los problemas y conflictos de nuestra vida. En el estado de iluminación, tú eres tú mismo: «tú» y «tú mismo» se funden en uno. No nos juzgamos, no sentimos pena, ni orgullosos de nosotros mismos, ni nos queremos u odiamos, etc.

Hay fases de éxito y fases de fracaso en que las cosas se marchitan, se desintegran y hay que dejarlas ir para que puedan surgir otras nuevas, o para que se produzca la transformación. Si, llegado a ese punto, hay apego o resistencia, nos negamos a seguir el flujo de la vida, y eso nos hará sufrir. Ambos aspectos no pueden existir separadamente. La fase descendente del ciclo, tocar fondo es absolutamente esencial para la realización espiritual. Debe haber fracaso rotundo a algún nivel, o haber experimentado una pérdida seria o un dolor, para sentirse atraído por la dimensión espiritual.

El ciclo tiene duración variable, hay ciclos largos y ciclos breves, dentro de los ciclos largos, muchas enfermedades se generan por luchar contra las fases de baja energía, que son vitales para la regeneración, la inteligencia del organismo se adueña de la situación como medida de autoprotección y provoca una enfermedad que nos obligue a detenernos para que tenga lugar la regeneración.

En cuanto la mente juzga que un estado o situación es «bueno», le toma apego y se identifica con él, tanto si se trata de una relación como de una posesión, un papel social, un lugar o el cuerpo físico. La identificación nos hace felices, hace que nos sintamos bien con nosotros mismos, y ese estado o situación puede llegar a convertirse en parte de quienes somos o de quienes creemos ser.  Cuando el estado o situación con el que la mente se ha identificado cambia o desaparece, ésta no puede aceptarlo. Se apegará al estado que ha desaparecido y se resistirá al cambio.

No ofrecer resistencia a la vida es estar en un estado de gracia, tranquilidad y ligereza, un estado que no depende de que las cosas sean buenas o malas.  Parece paradójico y, sin embargo, cuando desaparece la dependencia interna de la forma, la situación general de la vida, lo que tiene relación con las formas externas, parece mejorar enormemente.

Toda resistencia interna se experimenta como negatividad de uno u otro tipo. En este contexto, ambas palabras son casi sinónimas. La negatividad va desde la irritación o la impaciencia hasta la ira encendida, desde el estado de depresión anímica o resentimiento hasta la desesperación suicida. A veces la resistencia activa el cuerpo-dolor emocional y, en tal caso, cualquier roce sin importancia puede producir una intensa negatividad en forma de ira, depresión o una pena muy honda. El ego cree que puede manipular la realidad mediante la negatividad y conseguir lo que quiere.

Una práctica espirituales poderosa es la de meditar profundamente en la mortalidad de las formas físicas, incluida la propia. A esto se le llama «morir antes de morir». Entrar en esta práctica, permite ver que la forma física se está disolviendo, después llega un momento en que todas las formas mentales o pensamientos también mueren. Sin embargo, la presencia divina que somos, sigue estando allí.  Todas las personas con las que entramos en contacto se sentirán tocadas por nuestra presencia y afectadas por  la paz que emanamos, seamos conscientes de ello o no.

Si se ha vivido lo suficiente, sabremos que las cosas pueden ir mal con bastante frecuencia. Es precisamente en esos momentos cuando tenemos que rendirnos si queremos eliminar el dolor y el sufrimiento de nuestra vida. La aceptación de lo que es, nos libera inmediatamente de nuestra identificación mental y vuelve a conectarnos con el Ser. No resistirse no significa necesariamente no hacer nada. Lo único que implica es que la «acción» no va a ser reactiva. Recuerda la profunda sabiduría que subyace en la práctica oriental de las artes marciales: no resistas a la fuerza del oponente, cede para vencer.  El ego cree que la fuerza reside en resistirse, cuando en realidad la resistencia nos separa del Ser, el único estado de verdadero poder. La resistencia es debilidad y miedo disfrazados de fuerza. Lo que consideramos fuerza es debilidad, por tanto, el ego existe y se mantiene mediante la resistencia continua, y representa papeles falsos para encubrir nuestra «debilidad».

El camino de la cruz es el antiguo camino hacia la iluminación y, hasta hace poco, era el único existente. Pero no descarte ni menosprecie su eficacia, porque todavía funciona. Este camino requiere una inversión completa, significa que la peor cosa de nuestra vida, nuestra cruz, se convierte en lo mejor que nos ha ocurrido, porque nos obliga a rendirnos, a «morir», nos fuerza a convertirnos en nada, a ser como Dios, porque también Dios es una no-cosa, una nada.   Elegir conscientemente la iluminación significa renunciar al pasado y al futuro y hacer del ahora el foco principal de la vida. Significa elegir habitar en el estado de presencia más que en el tiempo. Significa decir sí a lo que es. Entonces ya no necesita el dolor.

La elección requiere un elevado grado de conciencia que comienza cuando dejamos de identificarnos con la mente y con sus patrones condicionados, se inicia en el momento en que se puede estar presente.  Hasta llegar a ese punto, espiritualmente se es inconsciente. Eso significa que se está obligado a pensar, sentir y actuar de cierto modo que concuerda con el condicionamiento mental. Nadie elige la disfunción, el conflicto, el dolor. Nadie elige la locura, ocurren porque no hay suficiente presencia para disolver el pasado, porque no hay suficiente luz para disipar la oscuridad.


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